viernes, 7 de febrero de 2014

La voz no habla, el tono sí


Héctor A. Salinas Atuesta
Estudiante de Comunicación Social 


Para ser un gran maestro de la oratoria no basta con saber hablar bien; hay que saber expresar o sentir lo que se está diciendo. Para esto no se necesita tener una voz prodigiosa. Solo se requiere un tono que exprese seguridad, confianza y verdadera convicción. Hay que darle el matiz y el énfasis adecuado a cada una de las palabras que se pronuncien en el discurso. Si lo que nos proponemos en un discurso es conmover, tendremos que utilizar un tono pausado y con mucho sentimiento, jamás podremos lograrlo poniéndole un tono alegre y efusivo.

Si expresamos un sentimiento de pesar en tono alegre, esta manifestación se constituirá en una burla. Cada situación es diferente y en consecuencia el tono deberá estar acorde a las circunstancias. El tono es como el aliño que se aplica a los alimentos para que el sabor sea mejor. “No hay tono sin su son”. El tono reflejará la intención que tenga el orador.

El mayor error de un orador es pretender impostar o sacar una voz que no sea la suya, y lo que es peor, imitar o querer parecerse a alguien. La evidencia de todo esto está plasmada en lo que decía Miguel Ángel Cornejo: “Usted debe ser usted mismo.

Insisto, lo importante no es la voz, sino el tono y el manejo. Hay personas que tienen una voz portentosa pero no la saben manejar. Son voces con una gran capacidad fónica, claras, graves, sonoras, pero planas; con un mismo tono para todo, que no expresan lo que dicen, monótonas, sin inflexiones, sin ninguna armonía. 

Dentro del contexto del discurso oral, una persona que no tenga buena voz, pero que le ponga el tono apropiado, puede llegar a convencer más, que aquella persona que con una gran voz, no puede expresar verdaderamente lo que está diciendo. 

A los oradores los podemos clasificar de la misma forma que los cantantes buenos y malos: los cantantes que tienen buena voz, pero que no sabe cantar y los que no tienen buena voz, pero que saber cantar. Así debe ser el orador, un buen cantante -si el término de ajusta- un orador que cante con  acompañamiento y armonía. 

Ahora bien, no hay que confundir la naturalidad de la voz, con la frivolidad. Hay que siempre tener en cuenta los matices y elementos de la expresividad y la significación de la voz que dicen más que las propias palabras. Hay quienes dicen: lo que me ofendió no fue la palabra que utilizó, sino “el tono que le puso al decírmelo”.

El éxito en el discurso oral, está dado en la espontaneidad y la sencillez, sin desconocer la vehemencia, el frenesí, el furor, la energía, la fuerza y sobre todo el convencimiento de lo que decimos, todo lo cual está enmarcado dentro de la expresividad. Si no estamos convencidos de lo que vamos a decir, mejor no lo digamos. No pretenda convencer a la gente, diciendo –en tono de tristeza- estoy verdaderamente alegre; o estoy tranquilo, en tono de angustia.

El mensaje debe ser consecuente con nuestras actuaciones, así lo señala Germán Díaz Sossa en su libro Así se habla en público: Uno no puede felicitar a alguien mientras hace cara de disgusto. O no puede expresar dolor con cara de alegría. La emotividad hay que saberla expresar.



Otro aspecto fundamental en la oratoria es la significación. Dentro del contexto de la voz, es el significado que tiene una palabra según el tono con el que se pronuncie. Por ejemplo, la siguiente frase: usted es un excelente periodista, tiene un contenido muy halagador, pero sin embargo -esta bonita frase- la podemos, pronunciar con un tono de ofensa, sarcástico, de burla, de duda, exclamación, de asombro, de risa, de desconfianza, de tristeza y hasta de compasión. Si quiere hacer sentir bien a una mujer, cuídese en decirle en tono de pregunta ¿linda?

Si queremos lograr nuestro propósito en la oratoria solo debemos convencernos nosotros mismos de los que estamos diciendo poniéndole el tono preciso, según la audiencia y el momento –eso sí- sin sobreactuar. Para una excelente expresión oral podemos tener en cuenta la siguiente consideración: “para hablar bien, hay que saber interpretar bien, escribir bien y escuchar bien y sentir bien” esa a es la recomendación que dan los más expertos maestros de la oratoria.

La modulación, la dicción, la vocalización, la inflexión, el ritmo y el estilo propio coadyuvan al manejo adecuado de la voz.

El escritor y periodista Juan Gossaín, en una entrevista que concedió a su colega, Germán Díaz Sossa, para el libro: Así se habla en público, coincide en afirmar que la voz no es tan importante, sino los matices. Sobre el particular, enfatiza: El buen orador debe ser capaz de actuar un poco con la voz. Que le ponga el tono que se requiera. Intimista o de enojo e indignación si así se requiere. Es decir, que el actor no sea el orador sino su voz.

Un mago, un genio absoluto de los matices era Jorge Eliécer Gaitán. Él hablaba como doctor ante los doctores, como gamín en los parques de Bogotá. Ese era un genio en el manejo de la voz. 

Gaitán se sintonizaba con el auditorio. Y lo que es más interesante: No importando qué auditorio fuera. Era capaz de cautivar a los emboladores, pero también a un jurado de abogados en un foro, en un juicio, en los famosos viernes culturales que hacía en Bogotá, en el Teatro Municipal. Todo esto se puede escuchar en los discos, en las grabaciones que hay de Gaitán. Los discursos dependían mucho de los tonos y los tonos de los temas y de quienes estaban presentes. Hay que empezar por convencerse así mismo. El que no sea capaz de convencerse así mismo de lo que está diciendo, no convence a los demás. Eso es importante en un orador: que sea él mismo se crea su cuento antes de hacérselo creer a los demás. 

Los mejores oradores que yo he oído en Colombia son hombres que no se despeinaban nunca. Alberto Lleras, por ejemplo. López Pumarejo, quien exponía muchas ideas en sus discursos. Pero, por lo general, un orador es malo cuando se dedica a hablar por hablar. Eso es básico para el fracaso. Cuando sacrifica las ideas a la retórica y cuando lo único que le preocupaba es la voz, que parece ser lo que en Colombia ha matado a tantos oradores. 

Un orador debe ser inteligente. “La mejor expresión de inteligencia de un buen orador es el sentido del humor”, indica el periodista y escritor Juan Gossaín. Es bueno cuando tiene ideas. Que exponga ideas. Pueden ser barbaridades, pero que exponga cosas, que diga cosas. Cuando es capaz de mantener el interés de quienes lo están oyendo. 

La humildad es otro de los aspectos que ayudan significativamente en la intervención ante el público. El Padre, Gonzalo Gallo reitera, que la humildad es un elemento fundamental en la comunicación frente a grupos. Lo dice en estas palabras: “El conferenciante debe tener humildad para vivir aprendiendo, para evitar la inflación del ego, para aceptar las críticas y auto-criticarse. Y, sobre todo para aceptar que solo es un instrumento de Dios.

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